miércoles, 15 de diciembre de 2010

Noticias del Imperio, treinta años después



Tres novelas que no siempre hacen una
1.     La tradición central de la novela en nuestro país es histórica. La Gran Novela Mexicana, nuestro equivalente a la utopia narrativa norteamericana, tiene que ver con la historia. Así nace, con El Periquillo Sarniento (un pícaro transplantado a nuestras tierras en la tradición del Guzmán de Alfarache, de El Buscón y de Tom Jones). El género tiene, además, elementos de periodismo y de costumbrismo, es una novela de cruce de discursos.
2.     La novela mexicana, además, siempre ha tenido el elemento de juicio y confesión que encontramos como característica central de la novela desde sus orígenes. Las mejores novelas mexicanas del siglo XIX son históricas: Riva Palacio (Martín Garatuza; Monja Casada, Virgen y Mártir), Manuel Payno (El fistol del diablo, pero sobre todo Los bandidos de Río Frío). No es gratuito que a ellos también se deba El libro rojo, basado en casos –juicios- de la inquisición.
3.     La novela mexicana del siglo XX arranca siendo crónica histórica (de las Revoluciones de nuestra revolución), pensemos simplemente en Los de abajo, rescatada por Contemporáneos hasta 1927. Tal camino se instaura como un subgénero de tal forma que nuestras vanguardias novelísticas son un ajuste de cuentas con esa tradición incipiente pero decisiva: Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Al filo del Agua, de Agustín Yañez; José Revueltas, El luto humano. No es gratuito, tampoco, que las dos grandes novelas que cierran el ciclo sean parodias: del lenguaje y la identidad en La muerte de Artemio Cruz de Carlos Fuentes y del cliché del personaje y la estructura, las memorias, en Los Relámpagos de Agosto, de Jorge Ibargüengoitia.
4.     Cuando en 1987 Fernando del Paso publica Noticias del Imperio, no empezó la nueva novela histórica mexicana, como se ha dicho con simpleza. No. Del Paso reencauzó el árbol literario, su fuerte tronco. En lugar de usar a la Revolución ya moribunda incluso como discurso político, volvió al siglo XIX (que el propio Ibargüengoitia había usado para su última novela publicada, Los pasos de López, sobre Santa Anna).
5.     El camino literario de Fernando del Paso había iniciado con un ajuste de cuentas con Rulfo en José Trigo, nuestra única auténtica novela joyceana.  Había ido después al canon de la novela paródica por excelencia, Rabelais en su Palinuro de México. Una novela inagotable que, acaso, sea su verdadero legado literario. Allí el porfirismo es retratado con ironía. Y con dolor y melancolía del Paso hace referencia al suceso que rompió con la ilusión ideológica de la revolución institucionalizada, la masacre del 2 de octubre de 1968 en un fragmento de la novela que es, a su vez, puesta en escena, actuación, obra de teatro: Palinuro en la escalera.
6.     Sin embargo lo que un escritor genial realiza no es sólo un reacomodo de la biblioteca, una reclasificación de su tradición, sino un reacomodo del canon entero. En literatura, no debemos olvidarlo, no hay la diferencia útil para la música entre canon y repertorio, porque el ejecutante es el lector. Es el supralector/escritor quien logra con una nueva obra que se lea de forma totalmente distinta toda la literatura pasada, como sabía bien T. S. Elliot.
7.     De manera que Noticias del Imperio instaura una revisión de la literatura novelística mexicana que no es sino una vuelta a su tronco más frondoso. Ilusión óptica porque el momento anterior –que Margo Glantz llamó onda y escritura-, había logrado que olvidáramos la novela de la revolución y sus parodias, haciéndonos pensar que el juvenilismo y su evangelio o nuestra particular y muchas veces fallida reescritura del noveau roman, eran la novela mexicana. Ignacio Solares y Eugenio Aguirre o Enrique Serna y Rosa Beltrán en distintos momentos y Eduardo Antonio Parra (y otros) abrevamos en una larga tradición que requirió la lectura excepcional de Del Paso para ampliar el canon.
8.     Lectura del pasado desde el presente, Noticias del Imperio es en realidad tres novelas. Una de ellas, la más imaginativa, está compuesta por los monólogos de la anciana emperatriz Carlota (un recurso que tiene mucho del fantasma Orsini de la excepcional Bomarzo de Mújica Láinez), la otra está compuesta por fragmentos tolstoianos, en tercera persona, con un narrador-enjuiciador lejano (la más datada, la que menos funciona en las relecturas actuales del libro) y otra, muy incisiva, escrita de cerca de los personajes que narra en un lado y otro del Atlántico. Allí están los mejores momentos históricos del libro, la batalla de Camarón, Camarón, por ejemplo o el fusilamiento de Maximiliano. En algunas ocasiones la autoconciencia del narrador que se erige en juez. Y lo hace en detrimento de la ilusión novelesca.
9.     En El último de los mexicanos, el parágrafo casi final del libro, Del Paso establece su credo histórico. Como en ciertas películas, el narrador nos cuenta el final de cada uno de los personajes, quien murió, dónde ocurrió el hecho. Hasta que un día muere Carlota Amelia de Bélgica, la emperatriz que tan pasionalmente nos habló a nosotros y a Maximiliano desde la locura. Muerto el perro se acaba la rabia, cita Del Paso el refrán, pero agrega: “…la última página(…)jamás sería escrita y no sólo porque la locura de la historia no acabó con Carlota: también porque a falta de una verdadera, imposible, y en última instancia indeseable Historia Universal, existen muchas historias no sólo particulares, sino cambiantes, según las perspectivas de tiempo y espacio desde las que son escritas”.
10. No siempre funciona este narrador ensayista que nos dice desde dónde habla, cuál es su divisadero, como decía del punto de vista histórico don Luis González y González. Cuando menos lo hace es en las siguientes páginas en que, a la luz del Imperio fracasado se analiza la historia contemporánea de México. Si esto fuese posible por qué necesita él mismo decir: “uno podrá siempre –talento mediante- hace a un lado la historia y, a partir de un hecho o de unos personajes históricos, construir un mundo novelístico y dramático autosuficiente”. Y es que la novela misma prueba que no se puede escapar de la historia.
11. Lo verdadero de la historia y lo exacto de la invención, piensa Del Paso.
12. El novelista histórico no es crítico literario, las páginas de Noticias del Imperio que bien podrían ir en un apéndice en las que su autor hace su recuento de los libros leídos y sus aportes al libro son un tumor extirpable.
13. Se necesita un acto límite: deconstruir la experiencia y el discurso de los límites. Esa es la verdadera participación política de la novela histórica. Escribir novela histórica es un acto de resistencia (frente al olvido y frente al poder, sólo así tiene sentido).
14. , Theodor Adorno que en el aforismo final de Minima Moralia, escribía: “La única filosofía que puede ser practicada responsablemente de cara a la desesperación es el intento de contemplar todas las cosas tal y como se presentarían a sí mismas desde el punto de vista de la redención”. No hay redención –termino mesiánico- sin reconciliación, término humano. Reconciliación no en el sentido judeocristiano de perdón –muchas veces, tristemente en la historia humana el que perdona se considera superior al perdonado-, sino en el casi gráfico: el que ve al otro y lo acepta y entonces, también, se acepta a sí mismo.
15. El hombre así visto no es un ser hecho, sino un conjunto de débiles intensidades, si se me permite el término becketiano, que pueden entrar en resonancia con otras, no en perpetua competencia: “No puedo seguir. Seguiré”, dice uno de sus personajes.
16. Reconciliación que niegue todo romanticismo, que produzca un crisis en el sentido etimológico (algo que se rompe, separa y que así permite que se lo vea) del ser. Reconciliarse con el otro, precisamente porque es otro (no porque deseo románticamente que se parezca a mí). En este tiempo de incertidumbre reconciliarse seriamente sólo puede provenir de la diferencia, no de la semejanza. Ese es el acto político más radical en un mundo que requiere el pensamiento radical como única forma de pensar. Pienso en Carl Schmitt y su crítica feroz del romanticismo al que veía como ocasionalismo subjetificado: en un mundo secularizado donde el ser humano ocupa el centro del escenario todo lo que aparece es relevante, una ocasión. El narcisismo metafísico –cuyo último brote fue el movimiento beat- no es sino una forma de egoísmo que rehúsa toda reconciliación verdadera. El romanticismo es un ensimismamiento, para decirlo de golpe, caro a la adolescencia.
17. Necesitamos una reconciliación madura, de otro orden, más duradera por más compleja –que nace de la decepción, como ya dijimos, pero la supera. En esta sociedad individualista y desintegrada sólo una revaloración de lo político puede ser el preámbulo de esa reconciliación que propongo.  No aquella que nace de la idea de que sólo el individuo emancipado del orden social burgués es la única autoridad metafísica.
18. ¡No! “No, la vida termina. Y no hay nada más allá”, dice Beckett y yo lo cito de nuevo. No pensemos en un futuro de absolutos. El capitalismo tardío que ya llegó a su fin y de cuyos estertores somos hijos, nos ha dejado un futuro construido solamente con fragmentos. Nuestras identidades son fragmentos.  Y es su mejor herencia, ahora que agoniza en un canto fúnebre al mercado. Emergerá un nuevo estado y volverá, necesaria, la política. De la hoguera de nuestras vanidades intelectuales, afirma Simon Critchley, emergerán las cenizas de la compasión, la ternura y la generosidad. Esa es una esperanza al menos, que del desmantelamiento inminente de la arrogancia humana emerja un futuro de reconciliación verdadera.
19. El diagnóstico de la modernidad tardía –el colapso reciente del Capitalismo Hurra! y sus nuevos ídolos-, no podría en ese sentido ser más sombrío: al viejo nihilismo le ha sobrevenido un pensamiento que no rehusó a la metafísica y que o bien buscó su pervivencia en el fundamentalismo religioso (islamismo, ultracon seguidor de la idea de que el diseño inteligente es una versión más certera de la evolución que la teoría darwiniana) o en el fundamentalismo político (con el populismo perpetuo de Chávez a la cabeza pero también con la antidemocracia de Putin no muy a la zaga). Nietzche ya lo sabía y en su Voluntad de poder ironizaba sobre los nuevos ídolos de las grandes mayúsculas. En un mundo secularizado vendrían los Republicanismos, los Nacionalismos, los Fundamentalismos. Si el ateísmo produce conformismo no necesita ya el pensamiento para existir, la duda perece. Este mundo sin metafísica nos debe producir angustia, no consuelo.
20. Desde la decepción, esa categoría del pensamiento que Jorge Cuesta, el extraordinario ensayista inventó para referirse a la cultura mexicana en particular. Decepción quiere decir,  alejamiento, perspectiva. De la decepción religiosa –el famoso Dios ha muerto nietzchiano- a la decepción política de este tiempo atrozmente violento en el que la sangre brota en las calles con la alegría y el desparpajo de las burbujas del champagne.
21. Decepción como categoría analítica. Alejamiento o como decía Bertold Brecht, distanciamiento. No tengo empacho en afirmar que se trata de una salida más plausible que el volver a creer en la metafísica –religiosa o política- y en la trascendencia. La pregunta central sobre el significado de lo humano en un mundo en donde la respuesta no puede estar más allá de lo humano, no fuera sino dentro de nosotros, es así central.

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