viernes, 22 de octubre de 2010

Aforismos I


21 Tesis sobre filosofía de la novela

1.     No existe novela histórica, pues toda novela –aunque nos provoque la ilusión del pasado- vive en el presente.
2.     Hay novelas cuyo tema es cierto momento de la historia, o algún personaje del pasado. Una vez que el novelista coloca la primera frase, sin embargo, ya son, simplemente, narraciones sin adjetivos.
3.     La novela –no importa el adjetivo editorial con la que se la venda, es siempre testimonio. Es la narración de un evento por un sobreviviente, su testigo.
4.     Ningún evento tiene lugar en el pasado, en el tiempo. Ocurre en el presente del discurso que lo cuenta. El testigo debe testificar, sólo así ocurre el evento.
5.     Para que lo que ocurra se convierta en evento debe provenir del trauma.
6.     El testigo narra, el textigo  lee. El narrador, entonces, testifica. El lector textifica. Ambos, sin embargo, participan en el juicio, están sentados en el banquillo de un juez invisible.
7.     El narrador no puede ser ajeno a los sucesos que narra. El lector no puede ser espectador de lo que lee: ser testigo o textigo implica, necesariamente participar en la catástrofe.
8.     Catástrofe, desastre, trauma. Palabras para atrapar, para definir, para intentar comprender.
9.     Un evento es en sí mismo incomprensible. Todo intento de comprensión es obsceno.
10. El evento es excesivo. Es su exceso lo que obliga al silencio inicial y luego al vano intento de narrarlo/leerlo.
11. Sólo el lector que acepta traumarse, que acepta no comprender del todo, que acepta posponer las palabras, enmudecer, puede ser un textigo.
12. El lenguaje del testigo sufre un colapso frente al exceso del evento, que lo sobrepasa. Su experiencia no puede estar mediada como conocimiento sino performada, en-actuada desde el lenguaje.
13. Ninguna buena novela significa algo. Toda buena novela hace algo.
14. El narrador es un performador. El lector un actor.
15. Para hacer algo la novela no precisa el imperativo. Tampoco la apelación directa.  Las cosas meramente son. Las palabras no las buscan ni las representan. Las palabras no son lo Real (en toda su espesa selva, como quería Saer), ni lo Imaginario. Son lo Simbólico. Son significantes, estructuras. No tienen sentido, ni tampoco importa mucho, en prosa, su sonido. Son sustitutos infinitos.
16. La verdadera novela histórica necesita un Yo (una primera persona).
17. Las novelas, después de Beckett saben que quien habla no puede ser ya un  Yo sino, más bien, un No-Yo.
18. K es un No-Yo cuando deja de llamarse Joseph. Hasta el final de El proceso Kafka aún no descubre la verdad de la novela posthumana. Cuando es ejecutado como un perro, y su humillación parece sobrevivirlo deja al fin la ilusión de la Identidad.
19. Yo digo Yo. Descreyendo, escribe Beckett. En literatura no hay habla directa, glosa Blanchot. No existe nombre para la voz que habla. Ni para el que la escucha. Testigo y Textigo sólo pueden vivir el trauma repitiéndolo, no comprendiéndolo. No hay otra forma de comprender que actuar, ponerse la máscara, volverse personae.
20.  El verdadero lector, el textigo –sujeto del desastre, participante de la catástrofe de la lectura- deja de preguntar por el Texto, lo Imaginario o por la Realidad (No hay Gran-Otro, ni lo Real aquí). Lo que ahora lo cuestiona es más simple y más radical, puesto que es ya un sobreviviente del desastre. Se pregunta quién soy Yo. Qué me ha sucedido. Yo no soy ya Yo. Es mi Yo lo que está en juego. Soy puesto que he dejado de ser. Mi Identidad está en vilo, ha sido colapsada por el trauma del texto. Yo no diré Yo nunca más. Es demasiado fársico –dice Beckett again- Pondré en su lugar la tercera persona. Debo pensar en Ello.
21.  Supongamos entonces que la literatura empieza cuando se convierte en un problema.

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